viernes, 18 de abril de 2014

Viaje a lo profundo de la selva (I)



Siempre he tenido gran curiosidad por conocer la profunda selva tropical venezolana. Recuerdo muy bien los cuentos de un grupo de franceses, en noviembre de 1952, que conocí en mi trabajo. Eran amigos del "monsieur Piret" (así llamábamos al señor Jean Piret, dueño de la empresa donde yo trabajaba). Años después comprendí la importancia de ese grupo de exploradores pues ellos formaron parte de la expedición franco-venezolana para descubrir las fuentes del rio Orinoco, al mando del mayor Franz Risquez Iribarren que exploró la selva amazónica con el propósito de encontrar, como dije, las fuentes del Orinoco, que descubrieron el 27 de diciembre de 1951 (yo llegué a Venezuela en agosto, 1952).

Mi imaginación volaba a oír a los exploradores franceses contar las maravillas que habían visto sobre los indígenas, sus costumbres, los animales salvajes, las arañas monas, ... , sus aventuras, problemas y su regreso triunfal a la civilización. Fue una suerte haberlos conocido y a la vez un acicate para que algún día pudiera, si no repetir un viaje irrepetible, al menos echar un vistazo a esa inmensa selva que es el Amazonas, conocer algo de sus misterios, su naturaleza, su belleza.

A veces leía en los periódicos los reportajes sobre viajes de los misioneros cristianos, que regresaban contando historias extraordinarias sobre estas tierras al parecer tan remotas, pero que forman parte del geografía de Venezuela. Siempre con la ilusión de, algún día, adentrarme en lo profundo de la selva. Cuentos y libros sobre los pueblos indígenas, los maquiritares, los yekuana, yanomami y muchos otros, sus flechas envenenadas con curare, sus formas de navegación en "curiara" (especie de bote hecho totalmente de un solo tronco de árbol ahuecado mediante hacha y fuego), sus arcos y flechas, ... en fin, tantos recuentos interesantes y, al parecer, tan cerca de las ciudades.

Hasta que en 1997 se me presentó la oportunidad. Estábamos en época de vacaciones escolares, teníamos un auto apropiado para la aventura (un viejo vehículo de tracción en las cuatro ruedas, marca Willys Wagoneer, un clásico de la época), algo de dinero y muchas ganas de viajar por el país.

La Wagoneer del 82, un gran vehículo todo-terreno, fuerte y versátil

Salimos de Valencia un buen día de agosto, en compañía de mis hijos, Gabriel y Miguel Angel, y de una joven parejita amiga de mis hijos (Jean y Milaidy), para llegar, ese mismo día a una posada que me habían recomendado, muy cerca del pueblo de Corozo Pando, a unos 70 Km de San Fernando de Apure (capital del estado llanero de Apure). La posada en realidad era una gran habitación con muchos chinchorros (hamacas, en el español de Venezuela) para descansar y dormir. Allí estuvimos conversando, cenamos algo muy frugal  y dormimos hasta el día siguiente. El viaje desde Valencia hasta estos lugares va cambiando desde las zonas montañosas de Carabobo y los valles esplendidos de Aragua, hasta llegar a San Juan de Los Morros, lugar que se distingue por unas montañas, muy cercanas a la ciudad, conocidas como "Los Morros".

Los famosos "Morros" cercanos a San Juan, estado Guárico

La carretera entre Valencia y Corozo Pando es bastante buena, asfaltada, con tramos, sobre todo después de San Juan muy rectos y con vegetación de sabana.

Al día siguiente, después de comer unas sabrosas arepas partimos muy tempranito hacia el sur de Venezuela. El primer lugar en la vía es San Fernando de Apure, en plenos llanos venezolanos, después de atravesar un lugar llamado Los Esteros de Camaguan, muy nombrados en el canto floklórico. Los esteros son espacios que se inundan con las lluvias y lo mas notable son sus palmeras que asoman a lo largo del camino, por entre las zonas inundadas, llamadas "esteros"

Esteros de Camaguán, cercanos a San Fernando.

De San Fernando es poco lo que se puede decir. Lo hemos visitado, con mis hijos, varias veces pues allí tenía sus negocios de pieles de baba (cocodrilos venezolanos) mi sobrino, Santiago. Es un pueblo muy caluroso, de calles antiguas y casas alineadas unas al lado de las otras, al estilo antiguo de Venezuela. Esta vez hemos pasado de largo, rumbo al sur, rumbo a nuestro destino que es Puerto Ayacucho, capital del estado de Amazonas.

La carretera, parcialmente en construcción, dificil de transitar, nos llevaba por territorios que ya se nos antojaban remotos. El calor se hacía insoportable y el paisaje, llano y llano, interesante pero monótono. Cruzamos cuatro rios sobre las "chalanas", que son unas barcazas donde caben una docena de vehículos, y ya esto sabía a aventura. ¡Imaginen, para este canario, cruzar los ríos a bordo de tan primitivas barcazas!



Uno de los rios, el primero, es nombrado en la más famosa canción venezolana , Alma Llanera, y es el río Arauca. La letra de la canción es como sigue:

Yo nací en una ribera del Arauca vibrador,
soy hermano de la espuma
de las garzas, de las rosas
soy hermano de la espuma
de las garzas, de las rosas
y del sol
y del sol
Si les apetece, pueden oir la canción completa a continuación, interpretada por el gran artista Simón Díaz, (recientemente fallecido).


 O si lo prefieren, esta curiosa versión, realizada por artistas japoneses, que me pareció muy simpática:

 Asi, iba yo tarareando para mis adentros, claro, esta popular canción. Al llegar la tercer cruce nos encontramos con un grupo de indígenas (vestidos a la manera del venezolano, no crean que llevaban taparrabos ni plumas en la cabeza) vendiendo "cataro", que es un picante hecho a base de hormigas, unas hormigas muy gordas (bachaco culón), que es muy, pero muy, picante. Ese fue nuestro primer encuentro con la cultura indígena. Los rios cruzados después del Arauca fueron el Capanaparo y el Cinaruco. Los cruces de rios son divertidos, hay que esperar a que el barquero regrese de la otra orilla o se despierte si está durmiendo la siesta. Y nos aliviaba un poco de la monotonía de la carretera. En verdad, en ese entonces, no eramos muchos los que nos arriesgábamos a viajar por estas remotas zonas del país.

El último río en cruzar, ya al atardecer, es imponente. Se unen dos grandes masas de agua, el rio Meta, frontera entre Venezuela y Colombia y el majestuoso Orinoco. El cruce de estos rios es mediante una chalana mayor que las anteriores, dados los peligros que tendrían barcazas más pequeñas. El lugar es conocido como Puerto Páez. Y el trayecto es bastante largo, algo más de 700 metros, que es donde se estrecha un poco el rio.

Cruce en la gabarra del río Orinoco, cerca de Puerto Páez.

El resto del viaje fue mucho más facil. Una excelente carretera, bien pavimentada, nos condujo en un rato a la capital del estado de Amazonas, Puerto Ayacucho. La vegetación, las piedras, todo cambia al sur del Orinoco. Hay como una magia presente, dificil de describir. Al llegar, buscamos un pequeño hotel, sencillo pero confortable, regentado por alemanes, donde nos quedamos unos días mientras hacíamos los arreglos para el viaje Orinoco arriba, que no es nada sencillo.

Pero ese cuento lo echaré en la próxima entrega.

Continuará...

lunes, 17 de marzo de 2014

Animales salvajes del trópico (III)

Hermoso ejemplar salvaje de jaguar venezolano


En mi última entrada me referí a los insectos tropicales. Hay tantos y son tan variados que, la verdad, es dificil de explicar. Desde luego, hay insectos en todas partes pero aquí parece que son extra-abundantes. Mi peor recuerdo de los mosquitos, aparte de las experiencias en las selvas de Orinoco fue una vez que decidimos irnos a la playa, un viernes por la noche.

Empacamos nuestros petates, una carpa (tienda de campaña, en el español de venezuela) incluida y nos fuimos, carretera adelante, hasta un lugar que tiene una espléndida playa tropical de esas que sólo se ven en las películas: cocoteros, arena suave, brisa marina, la luna en el fondo, la quietud y el canto de los insectos (siempre hay insectos aquí). La playa está a unos 35 Km de Valencia y se llama Patanemo (bahía de Patanemo). Pues bien, montamos nuestra carpita y nos dispusimos a comer un bocadillo y después, ya algo cansados irnos a dormir.

De pronto llegó una nube de mosquitos. No cien o mil, sino millones, millones por todas partes. Se hizo dificil respirar pues se metían por la nariz y por más que te taparas, te acribillaban a mordiscos y picaduras. Ni el repelente de mosquitos tuvo efecto. La escena no duró mucho. Convencidos de que ni dentro de la carpa se podía escapar, decidimos desmontarla, recoger los bártulos y, ... regresar a casa, de donde habíamos salido apenas unas horas antes.

Y es que, en ciertas playas, la plaga se presenta en la mañana y al anochecer. Pero un plaga insoportable, que se te pega y no hay forma de evitarla. Una solución, que funciona muy bien, es hacer una fogata. El humo aleja los mosquitos bastante bien y se puede pasar el rato, hasta que a partir de cierto momento, desaparecen.

Pero bueno, ¡parece que estoy enganchado en los insectos! En realidad, hoy quería hablar (¿escribir es hablar?) de otros animalitos del trópico, en especial de las aves, que las hay, muchas y muy variadas.

Y es que desde antes de que amanezca, todos los días del mundo hay un concierto celestial. Miles de pajaritos entonan sus cantos, comenzando unas dos horas antes de que salga el sol. A partir de cierto momento, ya dejan de cantar. Y durante el día se oyen con frecuencia otros pájaros, creo que mucho más grandes, a juzgar por la fuerza de sus sonidos. Las "guacharacas" es uno de ellos. Es un ave bastante grande, casi del tamaño de una gallina pequeña, que produce un sonido muy peculiar. Otros pájaros que se ven en bandadas en las tardes son los periquitos, que sobrevuelan la casa, en grupos de cientos, todos juntos, todos girando al mismo tiempo y todos yéndose simultaneamente. Se les conoce, además por el sonido que producen, una especie de chirrido muy particular.

Tucán venezolano que habita en las selvas del amazonas


Y aunque no se ven con frecuencia en estado salvaje, también hemos avistado a tucanes y loros. El tucán, en especial, es un pájaro muy bello. En algunas casas y hoteles se les tiene en libertad, pues se acostumbran a que se les alimente y no se suelen alejar y se muestran a los visitantes. ¡Bello animal!

Hablando ya de otros animales, muchas veces nos hemos topado con "rabilelaos", que es el nombre que les da a estos extraños y torpes animalitos que, en realidad, son marsupiales. Es decir, como los canguros, llevan a sus crías en bolsas. Tienen un aspecto muy raro, como una especie de ratón grande y son tímidos y se alejan en cuanto pueden. Por las noches, en las carreteras, se les suele ver por el reflejo que producen sus ojos cuando los faros de los coches le iluminan.

El "rabipelao", un marsupial venezolano


Otro animal que se ve con cierta frecuencia es el "cachicamo", que es una variedad de armadillo y que está en peligro de extinción porque se le caza por su carne, que al parecer es muy sabrosa. Un día apareció uno cerca de la casa y los perros empezaron a ladrar y el animalito se asustó. Lo vimos cuando se alejaba, no muy rápido, del jardín. Otro día me encontré a los obreros que estaban haciendome la casa comiéndose uno asado. Desde luego, me horroricé y les formé tremendo lio, explicándoles que hay que respetar a los animalitos, en especial esas especies tan raras que aún andan cerca de la civilización. La verdad, en los últimos años se han visto muy rara vez y debe ser por que son buscados y cazados. No hay nada más triste que ver como matan, a palos, a uno de estos hermosos ejemplares.

Cachicamo (armadillo) de los llanos venezolanos


Desde luego, los venados abundan, sobre todo en los llanos. Y donde hay venados, hay cunaguaros. Este es un animalito bastante peligroso, que también está en extinción debido a su caza indiscriminada. El cunaguaro es un gran felino, muy similar al jaguar americano, pero de menor talla.

El cunaguaro, un felino venezolano
En una viaje que hice con mis hijos a lo más profundo de la selva venezolana, a Güaniamo (estado de Amazonas), donde hay la minería de diamantes, nos paramos en un puesto de la Guardia Nacional y para nuestra sorpresa estaban vendiendo uno, pequeñín, como un gatito, por un precio insignificante. Y eso que eran guardias cuyo trabajo, entre otras cosas, es la de preservar la flora y la fauna. La necesidad, amigos, hace que la gente se comporte como si nada le importara por unos pocos centavos. No me imagino adonde iría a parar este pobre animalito. Además del cunaguaro, hay otros grandes felinos (yo no les he visto salvajes, pero unos amigos que son cazadores si me han echado los cuentos) tales como el jaguar americano, que aquí llaman "tigre". Este animal forma parte de la cultura de los llanos venezolanos y es citado en canciones populares. Hay dos poblaciones en el estado de Anzoátegui llamadas El Tigre y El Tigrito. Seguramente tiene algo que ver con estos bellos animales.

El tigre también aparece en el floklore venezolano. Para muestra, les ofrecemos este joropo El Tigre de Payara.



Y termino por hoy con esta canción popular de los llanos venezolanos, El tigre de Masaguarito. Desde luego, la letra es difícil de entender, hay que oírla con mucha atención. ¡Que se diviertan!

 

sábado, 15 de marzo de 2014

Los animales salvajes del trópico (II)

Nubes de termitas que aparecen con las primeras lluvias tropicales


Hoy continúo con mis cuentos sobre los animalitos y animalotes que hemos visto en Venezuela, en tantos años que he vivido en este maravilloso país. La cantidad y variedad de animales salvajes, desconocidos para un europeo canario, como yo, son asombrosas.

La casa donde vivo, en Carialinda, siempre me ha parecido "el paraiso de un entomólogo". Es que son tantas las variedades de insectos, pequeños, grandes y extra-grandes, que hemos visto con el pasar de los años que me tomaría varios días y muchas páginas describirlos.

Tal vez el insecto que más me ha llamado la atención, por lo abundante, es una especie de comején (o termita) que tiene un ciclo de vida muy corto. Resulta que al caer las primeras lluvias tropicales, una especie de monzón, por alguna razón se reactivan las larvas. Y de pronto, surgen por cientos, miles, millones y se convierten en una especie de nube que penetra en las casas especialmente atraidas por los bombillos o focos de luz. Son tan abundantes que al día siguiente hay que recogerlas, muertas ya, con una pala, barrer las habitaciones y sacarlas por montones. Son un auténtico fenómeno que se da muy poco en las ciudades pero que en el campo, donde vivimos, es algo asombroso. Duran dos o tres días al cabo de los cuales no los volvemos a ver sino hasta el año siguiente. Los que más se divierten son los perros, que se hartan de comer termitas. Al fin y al cabo, son proteinas...

Otros insecto interesante son los escarabajos, bastante grandes, que abundan en época de lluvia y que andan por todas partes. Y hemos visto y admirado unos mantis religiosos, unos extraños y delicados insectos, algunos de ellos que parecen como si fueran la ramita de un árbol, con patas y cuerpo extremadamente delgado y fino, de color madera, que se confunden con cualquier arbol. Y miles de todo tipo de otros insectos, cuyos nombres desconozco pero que seguro harían las delicias de un científico.

En uno de nuestros viajes con mis hijos, llegamos a navegar Orinoco arriba. En esta excursión tuvimos ocasión de conocer a los indígenas venezolanos en su estado casi natural. Dormimos por varios días en hamacas, que aquí llaman "chinchorros", con un mosquitero cubriéndolo. ¡Y menos mal! Porque si ustedes creen haber sentido o visto mosquitos en partes de Europa, o incluso en la Venezuela citadina, vengan al Orinoco, amigos, para que sepan lo que es bueno... Los mosquitos del Orinoco no son grandes, son casi invisibles y los llaman "jejenes". Son tan pequeños que es imposible verlos a simple vista. Pero pican que da gusto y el picor y la molestia sigue y sigue sin parar. La gente llama a estos insectos "plaga" y es que eso es realmente lo que son, una auténtica plaga. Para evitarla los guías sugieren que nos frotemos el cuerpo, en especial las parte descubiertas, con aceite para bebés mezclado con vitamina E que se consigue en farmacias. También hay unos rociadores (spray) anti-mosquitos, de una marca muy conocida (Plagatox, Moskill)) pero la verdad es que huelen horrible y no son tan efectivos como uno quisiera, pero si alivian un poco y alejan las plagas.

Araña mona típica del Orinoco


En ese mismo viaje tuvimos oportunidad de conocer por vez primera las "arañas mona", que son una especie de tarántula peluda cuya picadura no debe ser muy agradable. Son arañas de las más grandes del mundo y forman parte de la alimentación de los indígenas venezolanos, en especial de las tribus de los yanomami. Nuestro guía venezolano, cuando andábamos por la selva, se esforzó en conseguir un ejemplar y nos lo mostró. También la capturó y en la noche, alrededor de una fogata, lo asó para comérsela.Aparentemente es muy sabrosa su carne, una especie de "crema", y de seguro que los indígenas lo aprecian como un auténtico manjar. Pero nosotros, la verdad, ni lo probamos...Al fin y al cabo, somos unos tontos occidentales que no sabemos apreciar estas supuestas delicias culinarias.

También vimos las grandes hormigas del Orinoco, especie que, cuando se proponen "comerse" un bosque completo, constituyen  "la marabunta", compuesta por millones de ejemplares de las llamadas hormigas guerreras. Desde luego, ni se les ocurra cogerlas o estar cerca porque ¡tienen una mordida muy dolorosa! Las hormigas abundan en todas partes del trópico, al igual que en Europa. Pero las variedades que existen aquí son extremas. En las ciudades se encuentran, principalmente, las "candelitas", que producen un dolor tremendo, parecido a una quemadura y de ahí su nombre. Si por error, se pisa una colonia de estos ejemplares, hay que sacudírselos de inmediato so pena de pasar un malísimo rato. ¡Caray, como pican las candelitas! Otra hormiga muy agresiva, que se encuentra en jardines y lugares selváticos es el "bachaco", una hormiga grande, que se come las hojas tiernas de las plantas y las deja, literalmente, peladas. Los bachacos, además, tiene grandes colonias, trabajan sin parar día y noche y se las puede ver cuando forman una especie de "río" que va de un lugar a otros con cientos, miles, de estos insectos caminando, buscando hojas tiernas, cortándolas en pequeños pedazos que puedan transportar y después haciendo el viaje de vuelta a sus cuevas. Para extinguirlos, mis hijos, de pequeños, solían pedirme gasolina para echarles en el nido (bajo tierra) un chorrito y a continuación, ¡bum! una explosión al acercarle un fósforo prendido. Nos reíamos, pues nos imaginabamos que la explosión mataba a un buen número de hormigas, pero siempre quedaban algunas para seguir comiéndose las matas y arbustos. ¡Una auténtica plaga!

El "bachaco culón" a partir del cual se hace el picante llamado "catara", típico de la zona selvática alrededor del río Orinoco


Por último, para terminar este divertido tema de los insectos tropicales (hay muchos que no he mencionado, claro), tenemos los "bachacos culón", que son también del Orinoco y que los indígenas preparan con jugo de yuca como "picante" y se le conoce con el nombre de "catara". Y es que, en efecto, estas hormigas así preparadas, tienen un picor muy particular que las hacen muy atractivas para quienes quieren tener un sabor fuerte en sus comidas o asados. La catara solo se consigue en lugares cercanos al Orinoco o en plena selva aunque según parece se está comenzando a comercializar, en pequeña escala y es facil conseguirlo el lugares tales como Puerto Ayacucho, estado Amazonas.

Bueno, todavía me falta mucho de que hablar: rabilepados, cunaguaros, y las numerosísimas aves tropicales. Toda una fauna desconocida en Europa, pero que aquí forma parte de la naturaleza, de las historias, de la cultura de este trópico venezolano.

 Es todo por ahora...

martes, 11 de marzo de 2014

Los animales salvajes del trópico (I)




La naturaleza se manifiesta en todo su esplendor en los trópicos. La flora, insectos y animales salvajes muestran una cara desconocida para el europeo o norteamericano. Hoy intentaré explicar mis vivencias en el reino animal.

El camaleón (iguana) es tal vez el animal más llamativo. Su extraña cabeza, su papada, la espalda espinosa, sus patas dotadas de tela entre los dedos, su larga cola y sus bellos colores hacen de estos animales un auténtico espectáculo. Las iguanas se encuentran en todas partes y en algunos lugares se les cuida y se les protege. En la sede del rectorado de la Universidad de Carabobo hay varios de estos maravillosos animales que caminan entre la grama y los pasillos, sintiéndose dueños de lugar. Nadie las molesta, sólo las admiran y más de un visitante extranjero se ha quedado asombrado al ver la libertad con que pasean por los jardines y caminerías.

Iguanas en el jardín del Hotel Intercontinental, Valencia (Venezuela)

Algunos campesinos las persiguen para sacarle los huevos que tienen en su interior. Esto es un crimen contra la naturaleza y, desde luego, está prohibido. Pero igual lo hacen, por necesidad o por diversión. Abren al pobre animal por la panza, le sacan los huevos si los tiene y las dejan libre. En ocasiones, las "cosen", mediante un tosco método que supongo hace que el pobre animal muera al poco tiempo.

Chigüire venezolano, el roedor más grande del mundo


Otro animal digno de ver es el "chigüire" (nombre científico hidrochoerus hidrochaeris) o capibara, que es el roedor más grande del mundo. Este animal vive libremente principalmente en los llanos venezolanos, en la zona sur-este de Venezuela y puede verse cuando se transita por las carreteras jugueteando en los charcos. Su carne es muy apreciada, en especial en Semana Santa (se vende seca y salada en los mercados populares)  y también se las cría en cautividad para el consumo humano. Es una especie protegida y, gracias a eso ha sobrevivido a pesar de que es perseguida por su apreciada carne.

Babos cerca de San Fernando de Apure, al lado de la carretera


Cerca de los chigüires y en el mismo habitat crecen los "babos" o "babas" que son una especie de caimán o cocodrilo, también protegido por el gobierno. Anualmente se conceden permisos para matar algunos miles de ellos, por sus pieles, que se venden a muy alto precio en países europeos. De la piel, sólo se utilizan los laterales (los chalecos, los llaman) que después de un proceso (que se lleva a cabo fuera de Venezuela) son convertidas en carteras, billeteras y cinturones exclusivos y muy caros. Durante varios años hubo veda y gracias a eso las manadas han crecido. También se intentaron montar "granjas" de babas en cautividad y tuve la suerte de visitar una de ellas y traerme un babito de aproximadamente un año a mi casa en Valencia. El bichito tenía unos dientes afiladísimos y mis hijos, que eran pequeños en ese entonces, jugaban con el, pero con mucho cuidado pues la mordida era muy dolorosa. Un buen día desapareció y no lo volvimos a ver. Años más tarde apareció una baba gigante en el rio que corre por la ciudad de Valencia, el Cabriales. Siempre nos hemos preguntado si no sería ese, tal vez, el babito que se nos escapó. En todo caso, son animales peligrosos y no conviene estar demasiado cerca de ellos. 

Tragavenado de pequeño tamaño, como las que hemos cogido en mi jardín en Carialinda

Otro animal salvaje que llama mucho la atención es la serpiente boa constrictor, que aquí llaman "tragavenados" (¡por algo será que la llaman así!). Las hemos visto, inmensas, en las mismas zonas donde conviven el chigüire y el babo, es decir, en los llanos venezolanos. Al lado de la carretera, uno se aleja unos metros, siempre con mucho cuidado, y las puede ver semisumergidas en los charcos, compartiendo con los otros animales. Pueden tener un tamaño enorme, tal vez 8 o 10 metros de largo. En mi casa, en Carialinda, en plena civilización, hemos cogido varios ejemplares de unos 2 a 3 metros, que después soltamos montaña arriba. Son muy mansas (las pequeñas, claro) y no muerden. Como se alimentan de roedores y otras serpientes  son muy útiles y por lo general los campesinos no las matan.

Uno de los más temidos animales de Venezuela son las serpientes o "culebras" como se les llama por aquí. Se encuentran en muchos lugares, sobre todo cerca de los bosques o jardines. Las hay venenosas, muy venenosas, e inocuas, que ni muerden. Desde luego, una de las más comunes y peligrosas son las mapanares, animales estos que son agresivos y si llegan a morder tienen un veneno muy potente que puede  causar la muerte en poco tiempo. En realidad, hay un temor exagerado a las culebras: solo atacan si se las molesta. Por otra parte, sólo hay tres especies venenosas en Venezuela: las mapanares, en diversas especies; las corales; y las cascabel. Todas las demás carecen de veneno y aunque pueden morder, no son para nada peligrosas (excepto las tragavenados grandes). 


Mapanare típica, como las que abundan en Carialinda

En la zona boscosa donde vivo, en Carialinda, hemos encontrado muchas mapanares, pequeñas y grandes, y algunas pocas corales. Las cascabel son más bien propias de terrenos mas calientes, tales como Margarita o las zonas áridas y calurosas del país. Al principio de vivir aquí teníamos bastante temor. Con el tiempo, hemos visto que se puede convivir con estos animales, por más peligrosos que sean. La forma de capturarlas, cuando las vemos (me refiero a las mapanares) es marearlas con un palo de escoba o un instrumento rastrillo de recoger hojas. Como tienen poca energía, porque son de sangre fría, se cansan en poco tiempo. Entonces, al estar cansadas, se quedan quietas y es fácil capturarlas con un envase de plástico de los que se usan en la cocina para poner alimentos en la nevera. Se coloca el envase, invertido, con mucho cuidado, sobre la culebra. Después, se va colocando la tapa, deslizándola por el suelo hasta que finalmente la culebra queda atrapada dentro del envase. Entonces se invierte, se tapa bien y se le hacen unos huecos a la tapa con un clavo caliente, para que respire. Así las hemos recogido varias veces, para llevarlas al serpentario (la última vez no la quisieron tomar porque tenían demasiadas mapanares). Otras veces las soltamos algo alejadas de la casa, y les perdonamos la vida. El señor que nos trabaja el jardín, un colombiano mayor y muy buena gente, el señor Andrés, dice que "no hay culebra buena" así es que culebra que ve culebra que mata (y ya son muchas las que ha matado, sobre todo cerca de las zanjas). 

Desde luego, cada vez que se camina por el campo, en especial de noche, hay que estar muy prevenido y no confiar para nada en la suerte. Las mapanares son animales peligrosos y nunca se sabe en que momento la vamos a encontrar, generalmente enrollada, cerca de nosotros. Las últimas que cazamos median cerca de un metro. ¡Un animalito peligroso! Mejor tratarlo con respeto...En el trópico, uno desarrolla la habilidad de "ver" cualquier patrón que pueda ser parecido a una serpiente. Las ramas caidas, raices o cualquier objeto que nos recuerde a uno de estos "simpáticos" animales es de inmediato detectado por el cerebro y procesado sobre si es o no un animal. Así son las cosas en el trópico...

Bueno, y es todo por hoy. Otro día hablaré de los cunaguaros", de los loros, pericos y guacamayas, de los rabipelados y de los infernales mosquitos del Orinoco, de las arañas mona, de los bachacos y de los cangrejos de rio, entre otras cosas.


jueves, 6 de marzo de 2014

Un día en el trópico



El trópico, esencialmente, es sol y calor. Sol que deslumbra. Calor pegajoso, calor fatigoso que hace que el menor trabajo se convierta en un esfuerzo mas allá de las posibilidades. Las mañanas, desde casi cuando amanece, el sol alumbra, brillante, despiadado. Las personas aquí se levantan (se "paran", en el español venezolano) a las seis o aún más temprano. Preparan café, muchos al estilo antiguo (un "guayoyito"), es decir, café claro, colado en una manga. Y es que la fuerza del astro es tal que no hay forma de esconderse, ni detrás de cortinas o persianas. El astro rey lo inunda todo, es la alegría del nuevo día que comienza fuerte, fuerte, sus rayos caen, imponentes, sobre todo lo que nos rodea.

El cambio de la noche al día, el despertar de la naturaleza, que en las latitudes más al norte suele tardar horas, aquí, en este trópico impenitente sólo dura unos 15 minutos. Ahora es de noche; y ahora es de día. En unos minutos, muy breves, pasamos de la noche al día, un crepúsculo acortado, acelerado, que nos lleva de la penumbra más profunda al esplendor mágico donde todo se puede ver, sin sombras, sin claroscuros: la luz irrumpe, rompe la noche, aclara lo que hace unos minutos era sólo oscuridad.

Y así, segundo a segundo, va el sol levantando su vuelo, rápido, violento, despejandolo todo, alumbrándolo todo, aclarándolo todo. Y sigue, hasta que al mediodía, el brillo y el calor nos envuelven, nos cubren con un manto de energía, cuando hasta pensar cuesta trabajo. ¡Ay, que calor, Dios mío!

Y a medida que sube, que pasa por encima de nuestras cabezas, el astro nos lleva al paroxismo del calor: es "la hora del burro", como le dicen los venezolanos. Hora de recostarse en un chinchorro, si está a la mano, en un camastro cualquiera, con tal de alejarnos, por un rato, de estas temperaturas. Siesta, reposo, descanso de ese calor que todo lo permea, que todo lo rodea, que todo lo engulle.

Y poco a poco, se acerca mi hora favorita. A partir de las cuatro de la tarde, comienza el astro rey a declinar. Su dominio va dejando lugar a una brisa fresca, vigorizante, ligera, maravillosa. Es la hora en que comienza la tarde, cuando el calor va siendo reemplazado, poco a poco, por esa temperatura casi ideal en que ni hace frio ni calor, cuando todo está bien. Hasta que, ya cerca de las seis, nuevamente desaparece el dominio de la luz y reaparece la oscuridad. En muy pocos minutos, nuevamente, pasamos de la más brillante de las luces a la más profunda de las oscuridades. Es el fin del día, que se acerca rápido, rápido, galopando y dejando en el cielo estelas de mil colores, nubes lejanas donde aún llegan los rayos, como en esas postales que muestran a un Dios, en su trono, rodeado de rayos de luz y color. Así es el día en en trópico.

Y se preguntará el lector como se puede vivir, trabajar, producir, en estas condiciones. Es cuestión de adaptación. Y, al menos en Venezuela, no en todas partes es igual. Desde luego, un mediodía en los llanos, en San Fernando de Apure, o en Barinas, o en Ciudad Bolívar o en Maracaibo, es como para cuidarse. En cambio, en poblaciones situadas en las altas montañas, Mérida, Táchira, los pasos por la cordillera andina, no sólo no son calurosas sino más bien todo lo contrario. En pueblitos como Mucuchies, o en ciudades como Trujillo, las temperaturas diurnas no pasan de los 15 grados y las nocturnas bajan a veces hasta los 5 o 7 grados. ¡Frío, hace frío también en este trópico! En mi pequeño paraiso, en Carialinda, donde tengo mi casa, la temperatura de día es fresca y de noche hace frío, frío de chaqueta, frío de dormir con, al menos, una "cobija" (en el español venezolano, una manta).

Y las lluvias, que no son lluvias, son torrentes de agua que bajan de un cielo que pareciera contener todos los ríos del mundo listos para volcarlos sobre esta tierra de gracia (así llamó Colón a Venezuela, aún antes de haberla bautizado). ¡Que lluvia, Dios mío! Este es, tal vez, el espectáculo de la naturaleza que más aprecio. Porque cuando llueve, cuando cae lo que los venezolanos llaman "un palo de agua", es que pareciera que todo el agua del mundo cae de una sola vez.



Después del torrente, del aguacero inclemente, a los pocos minutos, el astro rey de nuevo, a brillar, a competir con las nubes que habiendo descargado sus líquido, exhaustas, se retiran a quien sabe donde. Y al poco rato, de nuevo, ese vaho que se desprende de los suelos, ese vapor pesado y pegajoso que llena nuestras camisas de sudor, se materializay se apodera de todos los espacios.

Curiosamente, las estaciones en el trópico son sólo dos: la temporada de sequía, llamado aquí "el verano"; y la temporada de lluvias, o "el invierno". Temporada de lluvia, seis meses, a veces todos los días, sin parar; y temporada de sequía, otros seis meses de lluvias escasas o nulas. El verano, de noviembre a abril, el invierno de mayo a octubre. A veces, la lluvia cae, día tras día, a la misma hora; a veces cae por días; a veces cae a ratos.

El venezolano es experto en predecir el tiempo. No necesitan ni televisión ni previsión del tiempo. "Hoy como que va a caer un palo de agua", dice el campesino, o el citadino; y rara vez se equivocan. Los venezolanos tienen la clarividencia en sus genes: pueden predecir el tiempo mejor que nadie. "Hoy, como que no va a llover". Y, efectivamente, hoy no llueve.

Las chicharras, una especie de insectos, empiezan sus cantos poco antes de la temporada de lluvias, anuncian las lluvias por venir. El sonido que producen es muy agudo y el que no esté acostumbrado puede sentirse molesto o perturbado. Para mi, el sonido de la chicharra es como una música que anuncia los buenos tiempos por venir.

A continuación, para quienes no la hayan oído, un corto vídeo con el canto de la chicharra.




También las ranitas, en especial por la noche, producen una música monótona pero a la vez diferente de instante a instante.

Los atardeceres, en muchas partes del país, son espectaculares. En especial Barquisimeto, conocida como la ciudad de los crepúsculos, tienen una especialísima belleza.



Pero tal vez, la imagen de las playas tropicales, llenas de rubia y fina arena, de cocales, del suave aroma que traen los vientos impregnados de sal, es una de mis preferidas y donde he tenido los momentos más gratos en esta Venezuela tropical.

Pero de eso hablaré otro día, cuando me refiera a las maravillosas playas venezolanas.

domingo, 2 de marzo de 2014

Con la música a otra parte (III)

Por estos días he leido la noticia: Paco de Lucía, el gran guitarrista gaditano acaba de morir. Un infarto; en México, donde tenía su rincón de vida. Triste noticia esta, la desaparición física de tan notable músico. Los vecinos de Algeciras, provincia de Cadiz, donde nació y creció se volcó a darle un último adios. Una gran tristeza para el alma de España, pues si algo representaba Paco era eso: el espíritu español.

Nunca tuve la suerte de oirlo personalmente. Sólo gracias a la magia de los discos y ahora, de YouTube. Una de mis piezas preferidas es precisamente, Concierto de Aranjuez, del gran compositor español Joaquín Rodrigo, tocado por el magnífico Paco de Lucia.




En cuanto a la música poplar española, desde pequeño escuché, como todos los niños de mi época, las coplas populares. Tuve la suerte de asistir en Catarroja, pueblito donde viví unos años, a las presentaciones que se hacían en el verano, todos los sábados, en una especie de teatro improvisado en el espacio de una piscina (en aquel entonces, como ahora, habían piscinas donde pagando tu entrada tenías derecho a darte un chapuzón, algo especialmente grato en aquellos largos y calurosos veranos valencianos). Muchas de las canciones, populares aún hoy en día, las escuché, cantadas y bailadas por aquellas flamencas, no se si andaluzas. que iban de pueblo en pueblo, propagando la música y danzas populares. Canciones como "La zarzamora", "Pena, penita, pena" y muchas otras formaron parte de mi niñez y adolescencia.

 

 Y desde luego, Camarón, Camarón de la Isla, el revolucionario cantaor flamenco a quien si tuve la suerte de oir y ver, en uno de mis viajes a Andalucía, en un pueblito cercano a Málaga, Alhaurín el Grande. Una noche de flamenco absolutamente inolvidable. Aquí les dejo, con nada menos que Camarón y Paco

 

 La música española ha sido mi amiga y compañera toda mi vida, aún cuando en los muchos años vividos en Venezuela, poca ocasión tuve de oirla. En especial, la música flamenca que a mi juicio, representa mejor que nada el espíritu español.

Y, bueno, continuará...

domingo, 16 de febrero de 2014

Con la música a otra parte (II)

La ciudad amurallada de Dubrovnik, en la actual Croacia


En la entrada anterior, me quedé en Tomasso Albinoni, y su maravilloso Adagio. Hoy voy a tratar de recordar otros episodios musicales que me han resultado memorables.

Uno de ellos ocurrió en Duvrovnik, antigua Yugoslavia, durante un largo viaje que culminó, meses después en la India. Allí, en esa estupenda ciudad amurallada pasé unos días. Casualmente, por esos momentos, había un importante y famoso festival de música clásica. Lo extraordinario es que los conciertos se llevaron a cabo al aire libre, en la plaza de la ciudad, entre muros y edificios cuya antigüedad desconozco, pero que seguramente datan de hace muchos siglos. Los sonidos de los instrumentos, en aquel ambiente medioeval, me transportaron en el espacio y en el tiempo. Momentos estos, inolvidables, que les trato de hacer llegar, por más dificil que sea.

Meses después llegué al país llamado Pakistan, donde me hospedé en un modesto hotel de la ciudad de Lahore, casi en la frontera con la India. Por las tardes solía salir a pasear por los barrios de mercaderes, lugares donde se puede encontrar los más diversos artículos, hechos a mano, por artesanos que tienen siglos de tradición: alfombras (aunque se suele pensar que las persas son las más famosas, en todo el oriente se tejen magníficos tapices y Pakistán no es la excepción), ropa de todo tipo, cuero en todas sus modalidades, objetos de metal, lámparas, ... en fin, un auténtico bazar oriental, parecido a los que ya había conocido en mis viajes. El mayor y más famoso bazar está en Istambul (El Gran Bazar), Turquía, y el siguiente, también extarordinario, en Teheran, capital de Persia.

Pero volvamos a la música. En mis correrías me topé con un bazar muy novedoso. A ambos lados de una calle, similar a las muchas que ya había andado, habían unos pequeños locales, a un nivel por encima de la calzada, como si fuera un pequeño escenario de un teatro. Allí, varios músicos, sentados a la usanza oriental, exhibían sus instrumentos musicales. Y una joven, ataviada con velos y telas, también a la usanza oriental, sentada junto a los músicos, sonreia. Un joven paquistaní que me servía de guia me explicó que si les pagaga, los músicos tocarían especialmente para mi y la joven iniciaría una danza. Entusiasmado ante el prospecto de un espectáculo único, le di al joven el dinero, algunos dólares, y se cerró el trato. Los músicos me invitaron a subir a la tarima, cerraron la entrada, y comenzaron a tocar sus instrumentos. De pronto, la joven, que estaba sentada cerca de los músicos, muy lentamente se irguió y comenzó una danza, acompañando a los músicos, de una extraordinaria belleza. Como parte del trato, nos trajeron un narguile con hashish de la mejor calidad, que consumimos, mi guía y yo, encantados.

No se si fue lo magnífico de la música, la belleza de la danza o la ganja, pero lo cierto es que pasamos un rato inolvidable, de un erotismo tal que, en un momento dado sentí casi un orgasmo, tal era la belleza de la danza y de la música. Dificil es explicar como, por momentos, me sentí transportado a un mundo de belleza y armonía que se metía en lo más hondo del ser. Ese fue uno de esos episodios de la vida que jamás se olvidan: ¡música, danza y hashish en Lahore, Pakistan!

Siguiendo mi viaje, llegué a la India, a una ciudad famosa por su maravilloso templo hindú, también cerca de la frontera con Pakistán: Amritsar y su extraordinario Golden Temple (El Templo de Oro).

El Golden Temple de Amritsar, Punjab (India)

Allí, los músicos tocan día y noche, turnándose cada pocas horas, sin parar un solo momento, sino para tomar breves descansos. Los instrumentos son los tradicionales de la música hindú: tabla (especie de bongó), cítara,  y otros cuyo nombre desconozco.

En el Golden Temple pasçe varios días, oyendo la más extraordinaria música hindú, comiendo un alimento que pasan gratuitamente a cada rato para los oyentes en ese lugar maravilloso, sin costo alguno. Son los devotos de las divinidades hindúes los que mantienen a los músicos y los que proveen el alimento a los visitantes. Una experiencia que jamás podrá tener un ser humano en ninguna otra parte del mundo.

Y como de la India estamos hablando, también tuve la ocasión de asistir a un concierto del famosísimo Ravi Shankar, pero no en la India, sino el Los Angeles, California, en otro de mis víajes.

Pero eso lo dejo para otro día...

Un poco de la música hindú, oíganla, por favor, de Anoushka Shankar, hija de Ravi...


Desde mi ventana

Una orquídea en mi jardín


Una de mis amigas lectoras me ha señalado que le encantaría visitar a Venezuela, pero que por motivos de edad y otros, no le parece que será factible. Y me pide algunas fotos de este "trópico" al cual me refiero en el título del blog.

Bueno, amigos, ¡fotos tengo cientos por no decir que miles! El problema es que fotos elegir. Y como apenas me asomo a mi ventana hay un espléndido espectáculo de la naturaleza tropical, opto por colocar un par de ellas, eso, desde mi ventana. Desde luego, más interesante es ver imágenes de Canaima o de los bosques de cacao de Chuao, o las dunas de Coro, o el altiplano andino... Poco a poco irán saliendo, a medida que hable de mis viajes por la geografía venezolana.

Mi casa, para los que no la conozcan, es como yo: un total desorden. Hay construcciones a medias, otras más completas, matas por todas partes, piezas de carros, útiles, herramientas, ... Pero por encima de todo (o alrededor de todo) está la naturaleza, esa vegetación esplendorosa que sólo se da en el trópico. A unos 100 metros de la principal vivienda hay un pequeño riachuelo que aquí lo llaman una "quebrada" o en el argot del señor colombiano que me trabajó por muchos años, una "zanja". Por la quebrada baja el agua, que en la época de lluvias (que aquí llaman "invierno" y va desde abril a noviembre) es un torrente y en la época de sequía (el "verano" en venezolano, desde noviembre hasta abril) es apenas un hilito de agua.

La quebrada es muy hermosa. Hay árboles centenarios con altura que yo calculo de 40 metros o más, equivalentes a un edificio de 10 pisos. ¡Impresionante, estos árboles! Y desde luego, todo tipo de arbustos, raices, lianas, bejucos y hasta orquídeas silvestres.

A veces me toca recorrerla, como en estos días, porque el agua para el uso en la casa proviene precisamente de la quebrada. Si, amigos, el agua de la ciudad no nos llega a esta parte del mundo y nos surtimos con el agua que Dios nos provee. Y como estamos en la temporada de sequía, el agua es cada día más escasa. He tenido que subir casi 400 metros, quebrada arriba, hasta localizar un "ojo de agua", un pequeño manantial, que tiene un caudal muy ewscaso pero que es suficiente para llenar, en varios días, el tanque subterráneo de mi casa (con 20.000 litros de capacidad, unas 5 o 6 semanas de consumo moderado). En mis viajes por la quebrada a veces me quedo sentado en una piedra, disfrutando del maravilloso paisaje tropical que me rodea.

Soy uno de los pocos afortunados, en este país, en tener una quebrada en la parte de atrás de mi jardín. ¡Que lejos están los edificios de apartamentos, las quintas y la ciudad de esta maravilla! Para ellos el trópico es sólo calor, ruido, confinamiento. Los compadezco.

Y así, mi desorden sigue su rumbo diario. Algún día, seguro, ordenaré todo y mi jardín y todo lo que me rodea será una maravilla. Entretanto, disfruto al máximo el desorden...

Tengo una gran amiga que publica un blog que se llama "El desorden de mis días" (hagan click en el enlace, si les place). Eso es, Erika, el desorden de nuestros días...

Continuará...

La "quebrada" o riachuelo detrás de mi casa. En época de sequía.

viernes, 14 de febrero de 2014

Con la música a otra parte...



Hoy voy a escribir algo sobre mis gustos y manías (que son muchas) Desde mi adolescencia me ha gustado la música clásica. También el flamenco, los tangos y muchas cosas más. Pero la música clásica ha sido una constante a lo largo de toda mi vida. Mi primer "baño" de música fue en Caracas, cuando tenía unos 18 años. Fui a oir (y ver) un concierto en el Teatro Municipal, en el centro de Caracas, un lugar magnífico, un edificio bello y muy bien construido para la presentación de eventos culturales (música, ópera, ballet, teatro...)



 Recuerdo las bellas butacas, en rojo, las lámparas de miles de cristales, el ambiente agradable, las señoras y señoritas bien vestidas, maquilladas, olorosas... Y los hombres, casi todos, con sus trajes formales, enncorbatados, algunos con sombrero, todo un espectáculo. Y desde luego, la música. ¡Que diferente, oir en un concierto verdadero, a todos esos maravillosos instrumentos! Ni punto de comparación con el sonido de los equipos de aquel entonces (1954), los "pickup" como se les llamaba, que eran unos tocadiscos (discos de vinil de la época), con una aguja que se deslizaba en los surcos de los discos (Long Play, se les llamaba, o sea de "Larga duración"). Los sonidos verdaderos, maravillosos, de trompetas, violines, oboes y tantos otros instrumentos los pude percibir por vez primera en aquel primer concierto en vivo. Salí, desde luego, deslumbrado por lo magnífico de aquella música extraña, llena de recovecos, de subidas y bajadas de tono y volumen,... En fin, una experiencia que me marcó para toda mi vida.

Ya en la universidad, años después, conocí a un estudiante de origen polaco-cubano, Roberto Gurfinkel, que se convirtió en mi mejor amigo. Eramos inseparables y nuestro principal entretenimiento, además del ajedrez (Roberto era un auténtico superdotado que podía jugar varias simultáneas a ciegas, en el cafetín de la universidad), era la biblioteca donde podíamos escuchar, en saloncitos especiales para estos fines, toda la música que nos diera la gana. Fue así como comencé a aprenderme sinfonias completas, todo tipo de conciertos para piano, violín, etc.

Esos años que compartimos fueron para mi, para Roberto también, inolvidables. Oyendo mçusica en un pequeño tocadiscos que teníamos en el dormitorio de la universidad, aprendí matemáticas, física, química y tantas otras materias al ritmo y tonadas de Beethoven, Bach, Brahms, Tchaikovski,... Tanto así, que al oir determinados movimientos de algunas sinfonías, recordaba perfectamente los temas estudiados. Una simbiosis entre música y conocimiento, extraña pero cierta. Con los años puede experimentar muchas emociones. Una de las que recuerdo con especial entusiasmo fue la presentación en Nueva York, del gran violóncellista español, Pablo Casals, con su obra "El pesebre", nada menos que en el Carnegie Hall, posiblemente uno de los mejores lugares para oir música en el mundo. Aquí les dejo un fragmento de una obra de Casals, tocada por él mismo, en las Naciones Unidas, en 1971, que aunque nada tiene que ver con lo que en aquel año de 1962 en que yo lo vi dirigir El pesebre, es una obra que emociona a cualquiera, creo yo.



Fueron muchas las obras a las que asistí, en ese año de 1962, año en que me gradué de ingeniero en la Universidad de la Florida, Estados Unidos.

Recuerdo que solía ir los jueves a un lugar en la parte alta de Manhattan, Los Claustros (The Cloysters), donde tocaban por las tardes música barroca, generalmente grupos pequeños o coros. En los muros del Los Claustros, que habían sido traídos, piedra a piedra, de algunos monasterios españoles, resonaban los sonidos de la Edad Media, bellísima música compuesta hace cientos de años, tocada en instrumentos modernos pero basados en los antiguos.

Una experiencia similar tuve más recientemente en Granada, en un concierto de música árabe, con instrumentos también reconstruidos según dibujos y diseños de casi mil años de antigüedad.

En una ocasión tomé acido lisergico (LSD), siendo estudiante de postgrado en la Universidad de Florida. Y mientras, mi amiga, colocó en el tocadiscos una obra de Tomasso Albinoni, de una belleza tal que cada vez que la oigo de nuevo casi caigo en trance, acordándome, no se porque motivo, de mi madre, ya fallecida.

A continuación, la obra de Albinoni, Adagio en G menor:



¡No se pierdan esta extraordinaria obra! Sólo dura 8 minutos...

Hasta otro rato, cuando seguiré "Con la música a otra parte"...

jueves, 13 de febrero de 2014

El día después



Ayer recibí muchas sorpresas. Gracias a Facebook muchos amigos, viejos, jóvenes, de aquí y de allá, me enviaron notas de felicitación. A algunos no los he visto por años; otros están por aquí mismo y los puedo ver con facilidad. A todos, absolutamente a todos, mil gracias por acordarse de mi, por enviarme una nota, aunque ya se que es gracias a los buenos servicios del amigo Zuckerberg que muchos de ellos han sabido que cumplia años. Igual se agradece.

Y para colmo de sorpresas, en la noche cayó por la casita de Carialinda un amigo, colega y exalumno de la Universidad, que me tiene especial aprecio, el amigo Rafael García Elías. Y trajo, ¡nada menos ni nada más, que una torta! ¡Y de chocolate! Desde luego, compartimos un buen rato, y entre chistes y cuentos prendimos la velita (¡por Dios, sólo una!) y cantamos, yo incluido, lo que se estila en estas ocasiones: cumpleaños feliz...

Hoy, 13 de febrero, amanece un bello día. Sin pensarlo mucho me levanto y comienzo lo que se ha convertido en mi diaria rutina, mi sagrada rutina: mis ejercicios. Media horita, tal vez algo más o menos, de movimientos suaves, progresivos, que me ayudan a mantener el cuerpo en forma, o al menos no tan tieso. Que ese es uno de los males del tiempo: el cuerpo se pone tieso, es dificil doblarse, duele la cintura, ... ¡pero estoy vivo! Y los ejercicios me transforman, me ayudan a mejorar mi postura, me quitan la tiesura, esa rigidez de los señores mayores -aunque no lo quiera, ahora soy uno de ellos.

Y así, después de una ducha caliente, el pequeño gran placer de mis días, comienzo una jornada más. Pienso en todo lo que debo hacer hoy, mientras me visto. Miro a mi alrededor y, una vez más, me reprocho por el desorden de mi cuarto. "Después lo arreglo". Y así, me sumerjo en mi nuevos quehaceres, mis ocupaciones, mis descansos, mis ratos de comunión con la naturaleza. Y antes de que me de cuenta, se hace ya casi la medianoche, y toca leer, escribir y finalmente dormir, ese sueño renovador de quien ha hecho lo mejor que ha podido de esas horas que la vida me regala.

Termino con un fragmento de un viejo poema de doña Victoria Ventura (1891-1970):

"Un año más: no mires con desvelo
La carrera veloz del tiempo alado
Que un año más en la virtud pasado
Un paso es  más que te aproxima al cielo"

miércoles, 12 de febrero de 2014

Un cumpleaños más

En el patio de la casa, en Carialinda, Venezuela, 
este 12 de febrero, con mi hijo Gabriel


Un blog es una bitácora; es decir, un libro donde se hacen anotaciones, día a día que se convierten, con el pasar del tiempo, en una historia o en un relato, más o menos organizado. Me propongo, con este blog, irle dando forma a una vieja aspiración que no termino de concretar: la de dejarle un legado -mi historia- a mis hijos, nietos o quienquiera que desee leerme, sobre algunas de mis vivencias en este trópico venezolano -y en otras tierras que he tenido la suerte de visitar. Comienzo, hoy, por el hecho más importante de este día: mi cumpleaños. Así va el blog...

Hoy, 12 de febrero de 2014, arribo a la considerable edad de 78 años. Y digo considerable porque hasta hace uno años, la expectativa de vida era muy inferior a esta mi edad actual. No se si es mi ADN, mi buena suerte, el estilo de vida que he llevado, la alimentación o mi estado de ánimo. Lo cierto es que llego a esta edad en relativa buena salud, con los trigliséridos y el colesterol bajo control, tensión arterial normal y un ánimo y deseos de vivir como nunca antes.

Claro que me canso. Los años, por muy bien que me vean los demás, no pasan en vano. Claro que ya no puedo hacer muchas cosas que antes hacía con facilidad. Por ejemplo, ayer tuve que pedirle a Gabriel que me abriera un frasco de mermelada: ya no tengo fuerza suficiente en mis manos... Tampoco puedo saltar y brincar, como antes. Y un largo etcétera de cosas que ya no puedo hacer.

Pero no me quiero concentrar en lo que NO puedo hacer, sino en lo que SI puedo hacer. Puedo caminar, pasear varios kilómetros, hacer ejercicios, preparar comidas para mi y para la familia, manejar un auto...; pero sobre todo, puedo escribir, pensar, meditar, puedo crear y poner mis pensamientos en este medio (que lo hace a uno, en cierto modo, inmortal). ¿Quien leerá este blog cuando ya no esté en esta tierra? No lo se. Pero lo que si se es que estará disponible (a menos que Google decida eliminarlo) por un tiempo, no sabemos si hasta el siglo XXII o hasta cuando.El soporte físico de las ideas (libros, papeles) es muy valioso y así ha sido durante siglos. Ahora, disponemos de este nuevo recurso, Internet: escribir y divulgar gracias a la red. Solo el futuro nos dirá si este medio durará tanto como los libros...A eso apostamos, a que dure. ¡Ay, amigo Gutenberg, que lejos y que cerca estamos ahora!

Bueno, por ser esta mi primera entrada no aburriré al lector. ¡Hoy cumplo años! ¡Hoy marco un cupón más, como dicen los venezolanos! Se supone que uno debe estar feliz, lleno de alegría, ... Pero, la verdad, no siento nada raro. Me siento como todos los demás días: feliz de estar vivo, feliz de tener unos bellos hijos, amigos que me aprecian, colegas que me admiran... Feliz de que todavía me puedo movilizar por mis propios medios, que todavía soy bastante autosuficiente (aunque le pida a Gabriel que me abra el frasco de mermelada...). Feliz, en fin, por todo lo bueno que me ha dado la vida. Y lo malo, también. Pues, como en el Ying y el Yang, todo lado brillante y bueno tiene su lado oscuro y negativo. Uno no sirve sin el otro: se complementan. Doy gracias a la vida por lo bueno y por lo malo también. Y para agradecer (por todo lo recibido), nada mejor que escuchar esta bella canción de Violeta Parra: ¡Gracias a la vida!



Termino con una foto de mi otro hijo, Miguel Angel, de hace un par de años. Y lamento que esté tan lejos y no pueda abrazarlo. A esperar ese día, pues...




Es todo por ahora... Hasta ¿mañana? Solo el destino lo sabrá.