domingo, 16 de febrero de 2014

Con la música a otra parte (II)

La ciudad amurallada de Dubrovnik, en la actual Croacia


En la entrada anterior, me quedé en Tomasso Albinoni, y su maravilloso Adagio. Hoy voy a tratar de recordar otros episodios musicales que me han resultado memorables.

Uno de ellos ocurrió en Duvrovnik, antigua Yugoslavia, durante un largo viaje que culminó, meses después en la India. Allí, en esa estupenda ciudad amurallada pasé unos días. Casualmente, por esos momentos, había un importante y famoso festival de música clásica. Lo extraordinario es que los conciertos se llevaron a cabo al aire libre, en la plaza de la ciudad, entre muros y edificios cuya antigüedad desconozco, pero que seguramente datan de hace muchos siglos. Los sonidos de los instrumentos, en aquel ambiente medioeval, me transportaron en el espacio y en el tiempo. Momentos estos, inolvidables, que les trato de hacer llegar, por más dificil que sea.

Meses después llegué al país llamado Pakistan, donde me hospedé en un modesto hotel de la ciudad de Lahore, casi en la frontera con la India. Por las tardes solía salir a pasear por los barrios de mercaderes, lugares donde se puede encontrar los más diversos artículos, hechos a mano, por artesanos que tienen siglos de tradición: alfombras (aunque se suele pensar que las persas son las más famosas, en todo el oriente se tejen magníficos tapices y Pakistán no es la excepción), ropa de todo tipo, cuero en todas sus modalidades, objetos de metal, lámparas, ... en fin, un auténtico bazar oriental, parecido a los que ya había conocido en mis viajes. El mayor y más famoso bazar está en Istambul (El Gran Bazar), Turquía, y el siguiente, también extarordinario, en Teheran, capital de Persia.

Pero volvamos a la música. En mis correrías me topé con un bazar muy novedoso. A ambos lados de una calle, similar a las muchas que ya había andado, habían unos pequeños locales, a un nivel por encima de la calzada, como si fuera un pequeño escenario de un teatro. Allí, varios músicos, sentados a la usanza oriental, exhibían sus instrumentos musicales. Y una joven, ataviada con velos y telas, también a la usanza oriental, sentada junto a los músicos, sonreia. Un joven paquistaní que me servía de guia me explicó que si les pagaga, los músicos tocarían especialmente para mi y la joven iniciaría una danza. Entusiasmado ante el prospecto de un espectáculo único, le di al joven el dinero, algunos dólares, y se cerró el trato. Los músicos me invitaron a subir a la tarima, cerraron la entrada, y comenzaron a tocar sus instrumentos. De pronto, la joven, que estaba sentada cerca de los músicos, muy lentamente se irguió y comenzó una danza, acompañando a los músicos, de una extraordinaria belleza. Como parte del trato, nos trajeron un narguile con hashish de la mejor calidad, que consumimos, mi guía y yo, encantados.

No se si fue lo magnífico de la música, la belleza de la danza o la ganja, pero lo cierto es que pasamos un rato inolvidable, de un erotismo tal que, en un momento dado sentí casi un orgasmo, tal era la belleza de la danza y de la música. Dificil es explicar como, por momentos, me sentí transportado a un mundo de belleza y armonía que se metía en lo más hondo del ser. Ese fue uno de esos episodios de la vida que jamás se olvidan: ¡música, danza y hashish en Lahore, Pakistan!

Siguiendo mi viaje, llegué a la India, a una ciudad famosa por su maravilloso templo hindú, también cerca de la frontera con Pakistán: Amritsar y su extraordinario Golden Temple (El Templo de Oro).

El Golden Temple de Amritsar, Punjab (India)

Allí, los músicos tocan día y noche, turnándose cada pocas horas, sin parar un solo momento, sino para tomar breves descansos. Los instrumentos son los tradicionales de la música hindú: tabla (especie de bongó), cítara,  y otros cuyo nombre desconozco.

En el Golden Temple pasçe varios días, oyendo la más extraordinaria música hindú, comiendo un alimento que pasan gratuitamente a cada rato para los oyentes en ese lugar maravilloso, sin costo alguno. Son los devotos de las divinidades hindúes los que mantienen a los músicos y los que proveen el alimento a los visitantes. Una experiencia que jamás podrá tener un ser humano en ninguna otra parte del mundo.

Y como de la India estamos hablando, también tuve la ocasión de asistir a un concierto del famosísimo Ravi Shankar, pero no en la India, sino el Los Angeles, California, en otro de mis víajes.

Pero eso lo dejo para otro día...

Un poco de la música hindú, oíganla, por favor, de Anoushka Shankar, hija de Ravi...


Desde mi ventana

Una orquídea en mi jardín


Una de mis amigas lectoras me ha señalado que le encantaría visitar a Venezuela, pero que por motivos de edad y otros, no le parece que será factible. Y me pide algunas fotos de este "trópico" al cual me refiero en el título del blog.

Bueno, amigos, ¡fotos tengo cientos por no decir que miles! El problema es que fotos elegir. Y como apenas me asomo a mi ventana hay un espléndido espectáculo de la naturaleza tropical, opto por colocar un par de ellas, eso, desde mi ventana. Desde luego, más interesante es ver imágenes de Canaima o de los bosques de cacao de Chuao, o las dunas de Coro, o el altiplano andino... Poco a poco irán saliendo, a medida que hable de mis viajes por la geografía venezolana.

Mi casa, para los que no la conozcan, es como yo: un total desorden. Hay construcciones a medias, otras más completas, matas por todas partes, piezas de carros, útiles, herramientas, ... Pero por encima de todo (o alrededor de todo) está la naturaleza, esa vegetación esplendorosa que sólo se da en el trópico. A unos 100 metros de la principal vivienda hay un pequeño riachuelo que aquí lo llaman una "quebrada" o en el argot del señor colombiano que me trabajó por muchos años, una "zanja". Por la quebrada baja el agua, que en la época de lluvias (que aquí llaman "invierno" y va desde abril a noviembre) es un torrente y en la época de sequía (el "verano" en venezolano, desde noviembre hasta abril) es apenas un hilito de agua.

La quebrada es muy hermosa. Hay árboles centenarios con altura que yo calculo de 40 metros o más, equivalentes a un edificio de 10 pisos. ¡Impresionante, estos árboles! Y desde luego, todo tipo de arbustos, raices, lianas, bejucos y hasta orquídeas silvestres.

A veces me toca recorrerla, como en estos días, porque el agua para el uso en la casa proviene precisamente de la quebrada. Si, amigos, el agua de la ciudad no nos llega a esta parte del mundo y nos surtimos con el agua que Dios nos provee. Y como estamos en la temporada de sequía, el agua es cada día más escasa. He tenido que subir casi 400 metros, quebrada arriba, hasta localizar un "ojo de agua", un pequeño manantial, que tiene un caudal muy ewscaso pero que es suficiente para llenar, en varios días, el tanque subterráneo de mi casa (con 20.000 litros de capacidad, unas 5 o 6 semanas de consumo moderado). En mis viajes por la quebrada a veces me quedo sentado en una piedra, disfrutando del maravilloso paisaje tropical que me rodea.

Soy uno de los pocos afortunados, en este país, en tener una quebrada en la parte de atrás de mi jardín. ¡Que lejos están los edificios de apartamentos, las quintas y la ciudad de esta maravilla! Para ellos el trópico es sólo calor, ruido, confinamiento. Los compadezco.

Y así, mi desorden sigue su rumbo diario. Algún día, seguro, ordenaré todo y mi jardín y todo lo que me rodea será una maravilla. Entretanto, disfruto al máximo el desorden...

Tengo una gran amiga que publica un blog que se llama "El desorden de mis días" (hagan click en el enlace, si les place). Eso es, Erika, el desorden de nuestros días...

Continuará...

La "quebrada" o riachuelo detrás de mi casa. En época de sequía.

viernes, 14 de febrero de 2014

Con la música a otra parte...



Hoy voy a escribir algo sobre mis gustos y manías (que son muchas) Desde mi adolescencia me ha gustado la música clásica. También el flamenco, los tangos y muchas cosas más. Pero la música clásica ha sido una constante a lo largo de toda mi vida. Mi primer "baño" de música fue en Caracas, cuando tenía unos 18 años. Fui a oir (y ver) un concierto en el Teatro Municipal, en el centro de Caracas, un lugar magnífico, un edificio bello y muy bien construido para la presentación de eventos culturales (música, ópera, ballet, teatro...)



 Recuerdo las bellas butacas, en rojo, las lámparas de miles de cristales, el ambiente agradable, las señoras y señoritas bien vestidas, maquilladas, olorosas... Y los hombres, casi todos, con sus trajes formales, enncorbatados, algunos con sombrero, todo un espectáculo. Y desde luego, la música. ¡Que diferente, oir en un concierto verdadero, a todos esos maravillosos instrumentos! Ni punto de comparación con el sonido de los equipos de aquel entonces (1954), los "pickup" como se les llamaba, que eran unos tocadiscos (discos de vinil de la época), con una aguja que se deslizaba en los surcos de los discos (Long Play, se les llamaba, o sea de "Larga duración"). Los sonidos verdaderos, maravillosos, de trompetas, violines, oboes y tantos otros instrumentos los pude percibir por vez primera en aquel primer concierto en vivo. Salí, desde luego, deslumbrado por lo magnífico de aquella música extraña, llena de recovecos, de subidas y bajadas de tono y volumen,... En fin, una experiencia que me marcó para toda mi vida.

Ya en la universidad, años después, conocí a un estudiante de origen polaco-cubano, Roberto Gurfinkel, que se convirtió en mi mejor amigo. Eramos inseparables y nuestro principal entretenimiento, además del ajedrez (Roberto era un auténtico superdotado que podía jugar varias simultáneas a ciegas, en el cafetín de la universidad), era la biblioteca donde podíamos escuchar, en saloncitos especiales para estos fines, toda la música que nos diera la gana. Fue así como comencé a aprenderme sinfonias completas, todo tipo de conciertos para piano, violín, etc.

Esos años que compartimos fueron para mi, para Roberto también, inolvidables. Oyendo mçusica en un pequeño tocadiscos que teníamos en el dormitorio de la universidad, aprendí matemáticas, física, química y tantas otras materias al ritmo y tonadas de Beethoven, Bach, Brahms, Tchaikovski,... Tanto así, que al oir determinados movimientos de algunas sinfonías, recordaba perfectamente los temas estudiados. Una simbiosis entre música y conocimiento, extraña pero cierta. Con los años puede experimentar muchas emociones. Una de las que recuerdo con especial entusiasmo fue la presentación en Nueva York, del gran violóncellista español, Pablo Casals, con su obra "El pesebre", nada menos que en el Carnegie Hall, posiblemente uno de los mejores lugares para oir música en el mundo. Aquí les dejo un fragmento de una obra de Casals, tocada por él mismo, en las Naciones Unidas, en 1971, que aunque nada tiene que ver con lo que en aquel año de 1962 en que yo lo vi dirigir El pesebre, es una obra que emociona a cualquiera, creo yo.



Fueron muchas las obras a las que asistí, en ese año de 1962, año en que me gradué de ingeniero en la Universidad de la Florida, Estados Unidos.

Recuerdo que solía ir los jueves a un lugar en la parte alta de Manhattan, Los Claustros (The Cloysters), donde tocaban por las tardes música barroca, generalmente grupos pequeños o coros. En los muros del Los Claustros, que habían sido traídos, piedra a piedra, de algunos monasterios españoles, resonaban los sonidos de la Edad Media, bellísima música compuesta hace cientos de años, tocada en instrumentos modernos pero basados en los antiguos.

Una experiencia similar tuve más recientemente en Granada, en un concierto de música árabe, con instrumentos también reconstruidos según dibujos y diseños de casi mil años de antigüedad.

En una ocasión tomé acido lisergico (LSD), siendo estudiante de postgrado en la Universidad de Florida. Y mientras, mi amiga, colocó en el tocadiscos una obra de Tomasso Albinoni, de una belleza tal que cada vez que la oigo de nuevo casi caigo en trance, acordándome, no se porque motivo, de mi madre, ya fallecida.

A continuación, la obra de Albinoni, Adagio en G menor:



¡No se pierdan esta extraordinaria obra! Sólo dura 8 minutos...

Hasta otro rato, cuando seguiré "Con la música a otra parte"...

jueves, 13 de febrero de 2014

El día después



Ayer recibí muchas sorpresas. Gracias a Facebook muchos amigos, viejos, jóvenes, de aquí y de allá, me enviaron notas de felicitación. A algunos no los he visto por años; otros están por aquí mismo y los puedo ver con facilidad. A todos, absolutamente a todos, mil gracias por acordarse de mi, por enviarme una nota, aunque ya se que es gracias a los buenos servicios del amigo Zuckerberg que muchos de ellos han sabido que cumplia años. Igual se agradece.

Y para colmo de sorpresas, en la noche cayó por la casita de Carialinda un amigo, colega y exalumno de la Universidad, que me tiene especial aprecio, el amigo Rafael García Elías. Y trajo, ¡nada menos ni nada más, que una torta! ¡Y de chocolate! Desde luego, compartimos un buen rato, y entre chistes y cuentos prendimos la velita (¡por Dios, sólo una!) y cantamos, yo incluido, lo que se estila en estas ocasiones: cumpleaños feliz...

Hoy, 13 de febrero, amanece un bello día. Sin pensarlo mucho me levanto y comienzo lo que se ha convertido en mi diaria rutina, mi sagrada rutina: mis ejercicios. Media horita, tal vez algo más o menos, de movimientos suaves, progresivos, que me ayudan a mantener el cuerpo en forma, o al menos no tan tieso. Que ese es uno de los males del tiempo: el cuerpo se pone tieso, es dificil doblarse, duele la cintura, ... ¡pero estoy vivo! Y los ejercicios me transforman, me ayudan a mejorar mi postura, me quitan la tiesura, esa rigidez de los señores mayores -aunque no lo quiera, ahora soy uno de ellos.

Y así, después de una ducha caliente, el pequeño gran placer de mis días, comienzo una jornada más. Pienso en todo lo que debo hacer hoy, mientras me visto. Miro a mi alrededor y, una vez más, me reprocho por el desorden de mi cuarto. "Después lo arreglo". Y así, me sumerjo en mi nuevos quehaceres, mis ocupaciones, mis descansos, mis ratos de comunión con la naturaleza. Y antes de que me de cuenta, se hace ya casi la medianoche, y toca leer, escribir y finalmente dormir, ese sueño renovador de quien ha hecho lo mejor que ha podido de esas horas que la vida me regala.

Termino con un fragmento de un viejo poema de doña Victoria Ventura (1891-1970):

"Un año más: no mires con desvelo
La carrera veloz del tiempo alado
Que un año más en la virtud pasado
Un paso es  más que te aproxima al cielo"

miércoles, 12 de febrero de 2014

Un cumpleaños más

En el patio de la casa, en Carialinda, Venezuela, 
este 12 de febrero, con mi hijo Gabriel


Un blog es una bitácora; es decir, un libro donde se hacen anotaciones, día a día que se convierten, con el pasar del tiempo, en una historia o en un relato, más o menos organizado. Me propongo, con este blog, irle dando forma a una vieja aspiración que no termino de concretar: la de dejarle un legado -mi historia- a mis hijos, nietos o quienquiera que desee leerme, sobre algunas de mis vivencias en este trópico venezolano -y en otras tierras que he tenido la suerte de visitar. Comienzo, hoy, por el hecho más importante de este día: mi cumpleaños. Así va el blog...

Hoy, 12 de febrero de 2014, arribo a la considerable edad de 78 años. Y digo considerable porque hasta hace uno años, la expectativa de vida era muy inferior a esta mi edad actual. No se si es mi ADN, mi buena suerte, el estilo de vida que he llevado, la alimentación o mi estado de ánimo. Lo cierto es que llego a esta edad en relativa buena salud, con los trigliséridos y el colesterol bajo control, tensión arterial normal y un ánimo y deseos de vivir como nunca antes.

Claro que me canso. Los años, por muy bien que me vean los demás, no pasan en vano. Claro que ya no puedo hacer muchas cosas que antes hacía con facilidad. Por ejemplo, ayer tuve que pedirle a Gabriel que me abriera un frasco de mermelada: ya no tengo fuerza suficiente en mis manos... Tampoco puedo saltar y brincar, como antes. Y un largo etcétera de cosas que ya no puedo hacer.

Pero no me quiero concentrar en lo que NO puedo hacer, sino en lo que SI puedo hacer. Puedo caminar, pasear varios kilómetros, hacer ejercicios, preparar comidas para mi y para la familia, manejar un auto...; pero sobre todo, puedo escribir, pensar, meditar, puedo crear y poner mis pensamientos en este medio (que lo hace a uno, en cierto modo, inmortal). ¿Quien leerá este blog cuando ya no esté en esta tierra? No lo se. Pero lo que si se es que estará disponible (a menos que Google decida eliminarlo) por un tiempo, no sabemos si hasta el siglo XXII o hasta cuando.El soporte físico de las ideas (libros, papeles) es muy valioso y así ha sido durante siglos. Ahora, disponemos de este nuevo recurso, Internet: escribir y divulgar gracias a la red. Solo el futuro nos dirá si este medio durará tanto como los libros...A eso apostamos, a que dure. ¡Ay, amigo Gutenberg, que lejos y que cerca estamos ahora!

Bueno, por ser esta mi primera entrada no aburriré al lector. ¡Hoy cumplo años! ¡Hoy marco un cupón más, como dicen los venezolanos! Se supone que uno debe estar feliz, lleno de alegría, ... Pero, la verdad, no siento nada raro. Me siento como todos los demás días: feliz de estar vivo, feliz de tener unos bellos hijos, amigos que me aprecian, colegas que me admiran... Feliz de que todavía me puedo movilizar por mis propios medios, que todavía soy bastante autosuficiente (aunque le pida a Gabriel que me abra el frasco de mermelada...). Feliz, en fin, por todo lo bueno que me ha dado la vida. Y lo malo, también. Pues, como en el Ying y el Yang, todo lado brillante y bueno tiene su lado oscuro y negativo. Uno no sirve sin el otro: se complementan. Doy gracias a la vida por lo bueno y por lo malo también. Y para agradecer (por todo lo recibido), nada mejor que escuchar esta bella canción de Violeta Parra: ¡Gracias a la vida!



Termino con una foto de mi otro hijo, Miguel Angel, de hace un par de años. Y lamento que esté tan lejos y no pueda abrazarlo. A esperar ese día, pues...




Es todo por ahora... Hasta ¿mañana? Solo el destino lo sabrá.